
Dicen que cuando alguien se pierde y no tiene puntos de referencia, en mitad de la niebla por poner un ejemplo, camina haciendo círculos. Pues bien, quizás anduvimos perdidos y nos mordimos un rato la cola, pero por fin hemos vuelto. Después de todo, ¿por qué razón alguien podría echarnos de menos?
Lo interesante no son las razones de la ausencia, múltiples y vagas todas ellas, sino las del regreso: tenemos por fin en el horno un nuevo libro. Está ya terminado, empaquetado (como dicen los diseñadores cuando preparan sus materiales para la imprenta), y aguarda solamente el momento en el que las máquinas se pongan en movimiento para hacer el milagro. Editar para seleccionar (y esa es la idea inicial cuando se piensa en el proceso fotográfico), pero sobre todo editar para multiplicar y hacer que la obra se difunda. En este último sentido, con la complicidad de la imprenta, la fotografía está más cerca del invento de Talbot (también de Bayard) que del de Daguerre (y de Niépce, por supuesto).
El tercer título de LA VISITA lleva por título LA NIEBLA y atesora en su interior las fotos de Mauricio Valenzuela. El miércoles nos juntamos, autor y editor, en el centro de Santiago para ir a solicitar el código del ISBN, ese numerito largo que viene a ser algo así como el ADN de los libros. Lo habíamos intentando antes el día lunes pero alcanzamos a suspenderlo después de ser informados que dos mil policías rodeaban el sector. Además ni siquiera eran todos locales.
En las conversaciones previas al trámite, en una cafetería muy robertfrankiana (ya sé que no existe el palabro pero procedemos a inventarlo), después en el ascensor del edificio fiscal y en la sala de espera, hablamos de las casualidades que hacen que los trabajos lleguen a ver la luz y puedan ser publicados.
Mauricio es una persona tan talentosa y genial como modesta. Sus imágenes, brillantes y agudas, no necesitan ser vendidas porque valen por sí solas, se paran sin ayuda, convencen sin persuadir. Y él, humilde, no hace ningún esfuerzo en ese sentido. Esa actitud, por contraste, sorprende mucho en un mundo donde es fácil sentir que todo está sobrevendido.
Los que se atrevan a llegar hasta el librito, a tenerlo entre sus manos, se darán cuenta de la hondura de la mirada de MV y de la coherencia interna que relaciona sus imágenes. El conjunto es una metáfora brillante de una época dura de Chile, los años 80, en la que además se forja uno de los cánones de la mejor fotografía documental del planeta. Y en mitad de ese río de talentos, Mauricio Valenzuela se destaca por nadar a contracorriente.
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