viernes, 29 de abril de 2011

Silencio, se imprime







Vivimos intensamente una semana agitada y feliz. El miércoles pasado nos llamaban a media mañana para acudir de urgencia a la imprenta ante el aviso de que estaban a punto de tirar la primer plancha del libro de Mauricio Valenzuela, a la que había que dar el visto bueno. Nos encontramos con el autor, después de quebrar abruptamente nuestras rutinas y cotidianeidades, en la esquina de Carmen con Ñuble, desde donde el auto empredió vuelo al sur de Santiago.
Es difícil describir la emoción de la situación. MV, con atuendo de rockero en gira, miraba sus fotos impresas con indisimulada alegría, haciendo oportunos comentarios respecto a los ajustes finos, al necesario último toque. Una de sus mayores preocupaciones fue hacerle sentir al operario de la Heidelberg Speedmaster cuál era el sentido final de esas imágenes, cuándo y en qué circunstancias habían sido tomadas, cuánta biografía, memoria y dolor se esconde tras ellas. Y cómo había que refejar todo eso en las páginas de LA NIEBLA.
Después de varias pruebas, cambios de planchas y comentarios de todos los que allí mirábamos, llegamos a un resultado que pareció satisfactorio, que se acercaba al máximo a lo que se buscaba y el autor pudo estampar feliz su autógrafo sobre el pliego.
Ayer, sin la presencia del autor pero con la mirada atenta y preocupadas de sus editores, se repitió la ceremonia con los otros dos pliegos que faltaban y el próximo lunes confiamos en hacer lo propio en las pruebas del barniz con reserva que lucirá sobre las imágenes, que deberá levantarlas del couché opaco de la página.
Todos los pasos en la construcción de un libro, objeto sagrado dentro de nuestra cultura, amenazado de extinción además, son importantísimos. Caerse en cualquier etapa afecta al resultado. La impresión es un asunto clave en el caso de las fotografías. Contenemos la respiración. Falta poco para el momento final y nos concetramos a fondo en ello. Silencio, se imprime.

lunes, 25 de abril de 2011

Esperando una llamada


La semana pasada estuvimos en la imprenta viendo las pruebas de color de LA NIEBLA, anticipo de lo que está a punto de ocurrir. Uno de estos días deberían llamarnos para ir corriendo a la salida de las primeras planchas de las máquinas. Se acerca entonces el momento de la verdad. Cruzamos los dedos e invocamos al sol.
La ceremonia de revisión nos dejó medianamente satisfechos (siempre queremos más y mejor calidad de impresión) pero ya pudimos disfrutar de un ejemplar del bello libro de Mauricio Valenzuela, tenerlo en las manos y ponerlo al lado de sus hermanos, los de Mauricio Quezada y Zaida González. Todo muy emocionante.
El libro funciona perfectamente como un dispositivo artístico que no contiene solamente fotografías en un sentido tradicional. Hay también un par de imágenes sin cámara, poéticos relatos visuales caligrafiados del autor.
Eso es lo que puede verse en la imagen que acompaña esta entrada: Carla Möller sostiene en las manos el ejemplar revisado, abierto por el prólogo, una brillante pieza literaria del escritor Antonio de la Fuente. Se deja ver a la vez un fragmento de las aludidas, secretamente escondida en la solapa trasera.
Ahora que nos enseñaron la última ecografía tridimensional, todo lo que queremos es que nos llamen a la sala de partos para acudir en patota (autor y editores) al gran momento y dar allí las últimas opiniones sobre el asunto, en mitad del ruido industrial y el embriagador olor a tinta.
Les avisaremos para que brinden cuando se produzca el momento esperado. Todo parece indicar que, sí o sí, mayo será el mes de la presentación del libro. Nuestra meta, a la que nos acercamos (apúrense los rezagados), es llegar allí con los cien primeros ejemplares asignados con los nombres y apellidos de los que recibirán su ejemplar con la foto original de MV.
Por cierto, que esta semana desvelaremos el misterio de cuál es esa imagen. Van mientras tanto algunas pistas, recogidas de un interesante relato que el autor nos hizo hace apenas unos días: tiene formato cuadrado y fue tomada en la misma época que las del libro (con las que necesariamente guarda cierta familiaridad) con una cámara argentina que tenía un lente de plástico y que daba un curioso formato de negativo, de unos 4,5 ctms. por lado. ¿La escena? Un juego de niños.