




Vivimos intensamente una semana agitada y feliz. El miércoles pasado nos llamaban a media mañana para acudir de urgencia a la imprenta ante el aviso de que estaban a punto de tirar la primer plancha del libro de Mauricio Valenzuela, a la que había que dar el visto bueno. Nos encontramos con el autor, después de quebrar abruptamente nuestras rutinas y cotidianeidades, en la esquina de Carmen con Ñuble, desde donde el auto empredió vuelo al sur de Santiago.
Es difícil describir la emoción de la situación. MV, con atuendo de rockero en gira, miraba sus fotos impresas con indisimulada alegría, haciendo oportunos comentarios respecto a los ajustes finos, al necesario último toque. Una de sus mayores preocupaciones fue hacerle sentir al operario de la Heidelberg Speedmaster cuál era el sentido final de esas imágenes, cuándo y en qué circunstancias habían sido tomadas, cuánta biografía, memoria y dolor se esconde tras ellas. Y cómo había que refejar todo eso en las páginas de LA NIEBLA.
Después de varias pruebas, cambios de planchas y comentarios de todos los que allí mirábamos, llegamos a un resultado que pareció satisfactorio, que se acercaba al máximo a lo que se buscaba y el autor pudo estampar feliz su autógrafo sobre el pliego.
Ayer, sin la presencia del autor pero con la mirada atenta y preocupadas de sus editores, se repitió la ceremonia con los otros dos pliegos que faltaban y el próximo lunes confiamos en hacer lo propio en las pruebas del barniz con reserva que lucirá sobre las imágenes, que deberá levantarlas del couché opaco de la página.
Todos los pasos en la construcción de un libro, objeto sagrado dentro de nuestra cultura, amenazado de extinción además, son importantísimos. Caerse en cualquier etapa afecta al resultado. La impresión es un asunto clave en el caso de las fotografías. Contenemos la respiración. Falta poco para el momento final y nos concetramos a fondo en ello. Silencio, se imprime.