martes, 27 de marzo de 2012

¿Y si hubiera sido uno de los niños de Villa Baviera?


Dicen que los azares no existen, que son simples razones que la mayoría de los mortales no entendemos. Pues bien, por una de esas explicaciones desconocidas que determinan gravemente la existencia vine a encontrarme justo ahora con esta imagen de mi propio álbum familiar, un archivo escaneado hace tiempo.
Con cara impávida volví a mirarla con alguna detención mucho tiempo después de la última vez, y se me pierde el dato en los pantanos de los recuerdos. No pude evitar, con sonrisa irónica, compararla con las fotografías de ABWEG de Nicolás Wormull. Encontré que había entre ésta y las otras una estética parecida, un cromatismo, un orden que las volvía familiares. Hay un hilo invisible entre esta imagen, tomada en Salinas (Asturias, España) en torno a 1975 (y un dictador se estaba muriendo entonces), y las del libro nuevo de este pequeño sello editorial.
Luego seguí con el ejercicio más allá, bordeando ya los abismos, y traté de ponerme en la situación de imaginar que es lo que hubiera pasado si yo hubiera sido uno de los niños de ese experimento social que fue Villa Baviera. ¿Qué habría sido de mí, cuál habría sido mi destino anterior y posterior a una imagen como esta? Cuesta no respingarse. Cambian mucho la mirada sobre las cosas cuando uno está implicado en ellas. Ahí está una de las gracias principales de la fotografía documental.
La fotografía, cualquiera en la que aparezcan personas o, si lo prefieren, todas ellas (pues siempre suele haber personas manejando los dispositivos que permiten obtener las imágenes) supone siempre una incisión biográfica dolorosa. A veces el dolor aparece de inmediato; en otras ocasiones, demora en sentirse. Los cuerpos que creemos ver en ellas, esos seres fantasmales (los spectrums que mencionaba Roland Barthes), serán juzgados irremediablemente a partir de ese corte espacio-temporal en la línea de sus vidas. Alguien, con más o menos escrúpulos, las usará en un momento dado para reconstruir con alguna certidumbre vidas que vagamente fueron.
En mitad de esos escalofríos, recordé que una de las discusiones más extensas que se dio en el comité editorial formado para esta libro (donde estaban también Mane Adaros, Rodrigo Gómez, Fabián España, Carla Moller) fue el nombre del título. Una de las ideas iniciales fue bautizarlo como "müll" (basura, en alemán). Y en el intercambio de opiniones, en el que también participó apasionadamente el propio Nicolás, se llegó al consenso de que la palabra podía ser demasidado fuerte y que se corría el riesgo de una malinterpretación, que la gente creyera que estabamos, de alguna forma, burlándonos o insultando a las víctimas de los experimentos de Paul Schäfer.
Finalmente, se decidió cambiar el titulo por "abweg", cuya traducción libre vendría a ser algo así como "camino incorrecto" o "dirección prohibida". También, y esa es la acepción que nos pareció mejor para vincularla con las imágenes, "extravío". Efectivamente, Villa Baviera fue un extravío, un ensayo impulsado por la locura que terminó con trágicas consecuencias, que marcó vidas para siempre.
Quédense tranquilos, siempre que puedan. Ser espectador, acercarse a mirar, es también una manera de participar en una historia. Y aunque no hayamos estado en Villa Baviera precisamente, no hay que dudarlo, todos, con mayores o menores consecuencias, hemos sido víctima de algún que otro experimento social.

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