jueves, 3 de diciembre de 2009

San Antonio y el arte de perder la fe


¿En estos tiempos, de premoniciones apocalípticas y malos augurios, hay algo en lo que se pueda creer? Afortunadamente hay varias razones para quebrar esta pregunta fatal y triste, pero voy a darles una inevitable para los que estamos metidos en esto: las imágenes. Y eso a pesar de que han sido denostadas con dureza por los moralistas férreos, acusadas sin defensa de alejarnos supuestamente de la realidad pura y dura. Pues bien, esa premisa es falsa. Se puede creer en las imágenes por varias razones pero sobre todo porque la realidad que ellas construyen, y que afortunadamente se aleja muy a menudo de la que experimentamos sensorialmente y soportamos con estoicismo, también existe y es real. Son mundos que se miran y pueden, a partir de ese viaje, habitarse. Son tan reales o más que la supuesta realidad auténtica del gris cotidiano.
¿Pero qué diablos es esto, un tratado de filofía? No, ni mucho menos. Tranquilos, no huyan. Ocurre que hay un aspecto a destacar de la obra de Zaida González: su trabajo expresa, en primer lugar y por encima de cualquier acotación posterior sobre sus formas y contenidos, una fascinación religiosa por las imágenes. Lo que se dice una auténtica devoción.
Históricamente fue el credo católico, tras la Reforma, el que abrazó sin asco las virtudes proselitistas de la iconografía de santas y santos, mártires y protagonistas varios de diverso orden jerárquico para educar a las masas y conseguir sumar nuevos adeptos. O para adocenarlos. O salvar sus almas del valle de lágrimas y las penas del infierno. Queda en ustedes el juicio final: pónganle el verbo que quieran o reconstruyan la frase si es necesario.
Mirando y remirando las fotos originales de la serie Las novias de Antonio, con copias químicas monocromas de pequeño formato y coloreadas a mano por ZG, vuelven automáticamente a la memoria esas estampitas religiosas que se decoloran en las manos, que viajan escondidas, brindando alguna mágica protección, en tantos bolsos, bolsillos y carteritas.
Más allá de lo evidente, hay vínculos claros entre ambos objetos, aunque ZG desmonte con inteligencia una y otra vez ese soporte para proponer sus propios temas y para apelar a una nueva moral colectiva. El ansiado éxtasis, y las manera para alcanzarlo y dotarlo de signficado, separa y atraviesa territorios de unas y otras visiones.
Para entenderlo nada mejor que mirar con atención una de las imágenes de la serie de fotografías de Robinson Marchant, uno de los primeros entusiastas del nuevo título, sobre la tradición del Quasimodo. Es un interesante ensayo lleno de color y caos que puede verse en su Facebook. Fíjense en la manera que esa señora apreta esa estampita, en la cara de sufrimiento gozoso de quien la sujeta. Resulta sobrecogedora esa manera de creer y la forma en que la imagen termina siendo el medio para un viaje hacia una dimensión espiritual y trascendente. Resulta además muy paradójico que ZG y Antonio (nuestro protagonista merece una canonización cuanto antes) nos hablen exactamente de lo mismo. Por fin, nos quieren hacer entender con su entusiasmo, hay algo en lo que creer. Aunque nunca la hubiéramos perdido del todo, empezamos a recuperar la fe.

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