martes, 1 de diciembre de 2009

ZG y el bullying


Pues bien, ahora que vamos entrando en confianza podemos contarles un capítulo interesante y desconocido, y tiene muchos, de la inimitable autora del libro que nos traemos entre manos. Forma parte de la biografía íntima de tan carismático personaje pero, ¿para qué sirve un blog si no es para echar luz sobre estos detalles sabrosos, para solazarse con las anécdtas del viaje? Además, qué tanto si ella me autoriza.
El caso es que hace más de doce años, allá por 1997, Zaida González era una joven alumna de fotografía que había entrado a estudiar apenas unos meses antes al ALPES, en la todavía gloriosa calle República. ZG era una alumna recién llegada pero que se hacia notar. Tenía una personalidad definida, rasgo que compartía con la mayor parte de sus compañeros, y además, y esto era más inhabitual, tenía un par de cosas claras en la vida. Una de ellas es que le gustaba de verdad la fotografía, después de haber buscado su lugar en otros sitios, y que además compatilizaba ésta con otras pasiones como el amor por los animales que ha ido cultivando, con meritorios logros también académicos, en paralelo.
Allá por septiembre de aquel año, nuestra insigne autora se vio envuelta en un episodio clásico de la aulas: eso que ahora llaman bullying. Junto a una amiga le plantaron cara a una compañera con la que no tenían, digámoslo así, demasiada afinidad de piel. Así que en los baños traseros de la escuela una tarde de viernes, si la memoria no falla, se escucharon gritos y golpes. La supuesta víctima le puso color al tema e hizo toda una denuncia en regla y dio avisó a sus progenitores, quienes a su vez hicieron la queja formal frente a las autoridades académicas.
Interrogadas por mí, que ejercía en ese minuto como coordinador en una de las carreras de fotografía, muy serio y circunspecto ante la gravedad de la denuncia, ambas reconocieron estoicamente que sí, que le habían sacado la cresta a la mencionada, por decirlo de alguna forma elegante al tiempo que argumentaban que las rencillas venían de atrás. Como corresponde en estos casos, los miembros del consejo académico, conscientes de que teníamos un problema, deliberamos sobre la situación. Entre los argumentos que allí se esgrimieron, el que pesó fue que si bien el asunto era grave y afectaba a la convivencia pacífica de la agitada comunidad alpina, la sanción prefijada en los reglamentos, la expulsión sin miramientos de las supuestas agresoras, iba a pesar dramáticamente sobre una alumna extraordinariamente talentosa que estaba buscando su camino y que parecía que lo había encontrado. Ojo, en el arte y la imágenes, entíendase, no en el pugilato, aunque si la ocasión lo amerita también sabe sacar las garras y pegar sus combos.
Finalmente primó el sano juicio y la expulsión quedó reducida a una matrícula condicional. En esas circunstancias conocimos a la madre de ZG, cuando se le comunicó la medida, y supimos que la amonestada no sólo agradecía la levedad de la sanción sino que prometía dar pruebas de que no nos arrepentiríamos.
Dicho y hecho. Durante el resto de sus estudios, ZG siguió siendo una alumna destacadísima y participó en cuanta exposición y muestra se organizó en aquellos años con los trabajos que en aquel lugar entrañable se producen. En sú último periodo fue una de las apuestas más firmes de una recordada exposición colectiva, bautizada como "Ángeles y demonios", donde compartió cartel con otros destacadísimos representantes de su generación.
Ironías del tiempo, Zaida encontró por ahí estos días la carta donde se le comunicaba formalmente el resultado de aquellas viejas deliberaciones. Ahora me la manda para que nos ríamos mientras recordamos el episodio y para compartirlo con todos ustedes.
Por cierto, que esa escuela, que siempre ha estado orgullosa de haber tenido entre sus filas gente como ZG, decidió también apoyar con firmeza esta iniciativa editorial y han sido nuestros colaboradores en los dos primeros números.

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